martes, 30 de noviembre de 2010

París-Madrid 29/11/2010


Volver de un viaje, acostarse en la cama de uno, cerrar los ojos para despertarse, mañana, en el hogar. Algunos viajes nos mueven las cosas de sitio, convierten las avenidas de nuestra ciudad en calles más estrechas y nuestras cocinas en estancias más grandes. Algunos viajes te ayudan, por ejemplo, a comprender mejor a tu madre.

Mi abuelo nunca ha viajado en avión y dice que nunca lo hará. Pero sospecho, al mirar ahora por la ventilla, notar el movimiento gentil del avión a través del aire y otear todas las luces, sin excepción, que alumbran las afueras de esta ciudad, que si mi abuelo se encontrara en esta situación, lloraría de misterio. Mi abuelo hizo la mili, suele hablar con voz fuerte, planta el puño en la mesa, manda y ordena todo lo que hay que hacer: pero absolutamente nada de esto le ha hecho del todo valiente.

El señor que tengo sentado a mi lado nunca ha conocido a mi abuelo, aunque puede que se cruzara con él, a los catorce años de edad, en algún punto de la Gran Vía, estando mi abuelo en la flor de su juventud. Pero tiendo a pensar que nunca se han visto y que éste, el de aquí al lado, el que observa a las azafatas sumido en la más grave de las confusiones, el que ha regalado todo tipo de consejos sobre el uso del aire acondicionado y la mesilla plegable de cada asiento, el mismo que se frota la cara con las manos y luego se huele la punta de los dedos, es algo así como un profesor que ha viajado solo a París por el mismo motivo que mi padre, en su día, viajó solo a Lanzarote.
Porque ha querido convertirse en amigo de si mismo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Atocha-Callao-Atocha


Hoy he ido a la peluquería y como ya me ha crecido el flequillo, me he peinado como cuando era pequeña: con la melena lisa, extendida a cada lado de la raya en medio. Cuando he salido, me he cruzado con un chico de unos 14 años que volvía a comer a casa después del colegio, iba con su madre. El niño me ha mirado como si yo fuera a su clase, y yo le he devuelto la mirada como si supiera perfectamente quién era y como queriendo decir que no pensaba hacerle los ejercicios de matemáticas esta vez.
Todo esto tenía lugar en mi mente mientras pasaba por debajo de un árbol con las ramas muy caídas e intentaba alargar cuello y espalda para ver si conseguía rozar con mi cabeza alguna de esas hojas.
Más tarde, un perro negro, totalmente negro, con los ojos color miel, estaba vestido de Rey Mago en una de las esquinas de la Plaza de Callao. También me ha mirado, con un gesto tremendamente profundo. Yo he entornado los ojos como queriendo comprender, y el animal me ha sostenido la mirada como si no pudiera rechazar la más mínima oportunidad capaz de salvarle de su disfraz.
He confirmado con el perro negro, totalmente negro, de los ojos color miel, mi teoría sobre las almas blancas, que dejaré para más tarde, y me he dicho, y sé que me ha escuchado:

Querido perro, algún día serás libre en lo alto de los Cielos.


lunes, 8 de noviembre de 2010

Roma-Madrid 25/8/2010



A veces el gesto de un desconocido me sume en una profunda ternura que no puedo manejar.
Y las edades que nos comprenden, los países que nos separan, se diluyen al instante y sólo les puedo amar.
Con un amor entre hermanos, la ternura es caridad
y el extraño se aparece en una y otra ciudad.




sábado, 6 de noviembre de 2010

Explicación


Cuando en el texo anterior hablaba de mi padre y decía "que su vida más valiosa no se encontraba en la retahíla de anécdotas elegidas que me pudiera contar, sino que estaba en su habla misma", lo que quería hacer ver es lo siguiente:

Que al deslizar mi padre con su voz y a través de su garganta, sus primeros pensamientos de la tarde, comprendí en ello la estrica necesidad de su existencia.
Y fue gracias al sonido y no a las palabras.

Conozco a un joven filósofo que daría una definición mucho más exacta de esta cualidad intuitiva. Pero yo no soy él. Y cuando describo conceptos me pongo densa e incomprensible.
O al menos eso dice siempre el joven filósofo.

Pero pararme detenidamente, como hice aquella tarde, a escuchar la voz de mi padre, dejando de prestar atención a lo que decía, me hizo comprender.
Pues meciendo la cabeza al ritmo de su melodía familiar, pude observar frente a frente, en ese sonido hermano, que a los padres se los conoce antes de nacer.