miércoles, 21 de marzo de 2012



Yo he visto al hombre hacerse a si mismo.
La terca nostalgia erigirlo en vivo y feroz, pero dormido.
Lo he visto atender al tiempo sentado en el sofá, con la vista clavada en el espejo.
He visto palpitar su intento por salir con ansia de ese hueco.
Devolverle el paso de las olas su inquietud y miedos.

He visto.

martes, 8 de noviembre de 2011

No me lo explico, pero, guo aini.


El nervio de la voz, el acento apagado, reaparece la mirada adolescente cuando salimos del bar.
Su moto es la segunda empezando por la derecha, frente a la puerta del local: enciende el tercer cigarro. Está intranquilo pero su mirada transmite paz. No quiero besarle, sólo abrazarle, al mirarle más despacio descubro una extraña hermandad. Qué tan dulce desconocido de la noche, mis palabras te confunden pero parecemos comprender, asentimos sonrientes ante el revuelo de frases que inventamos en un cuarto idioma que sólo nos pertenece.

I'm a safe driver, he says.
How do you say that in Chinese?, contesto.

Taipei me recuerda a un pueblo de mar con el que he debido soñar varias veces.
El casco me resbala por la cabeza, no atino a econtrar dónde agarrarme. Pero James Cheng conduce despacio, fiel a su apariencia, y así el presente se prolonga para que pueda repertirle what a nice guy he is. It's OK, responde cada vez, y echa el cuerpo hacia delante como queriendo despertar.

jueves, 11 de agosto de 2011


Estás tan quieto, parado, con la tez blanca y la ropa oscura.
El gesto tuyo es más duro y con la mirada azul recorres todo lo que queda por encima de mi cabeza. Y de la de cualquiera que te mire.

Pasarán por lo menos tres años hasta que vuelva a buscar esta foto. Si me la encuentro antes creo que se me contraerá el pecho en un movimiento lento, duradero, que conecte con la memoria y con mis ganas de vivir de entonces. Que son las de ahora. Y que son en cierto modo las de antes, pero un poco más débiles, puede.
Eso es por el propio cuerpo, que nace, absorbe y herido, en un punto, deja de agitarse.

Pero tú permanecerás inmóvil, discreto, sobre el papel del recuerdo que yo ahora sostengo en la mano.
Y nadie más dará fe de este momento, que bien me ha valido más de 140 palabras para poder explicarlo.

miércoles, 20 de julio de 2011

El urbanismo: aprender a contener el sentimiento guerrero.


De tu casa a mi casa he escogido un nuevo camino por el que he vuelto las noches que nos hemos visto desde que no estamos juntos. Es un camino más corto y más solitario.
Las dos veces que lo he recorrido me he parado en la misma esquina a punto de llorar. Pero las lágrimas al final nunca acaban de asomar y eso me inquieta porque me paro en la calle con el deseo verdadero de soltarlas. Pero no puedo. Sigo andando y escucho canciones que no están en nuestro imaginario. El ruido de los coches se escucha de fondo, recuerda la realidad, lo impasible que permanece todo a pesar de todo.
Te he tenido que pedir que me abraces fuerte, cojones, y al final has acabado dándome un par de palmaditas en la espalda mientras yo te he besado un hombro.

Me acuerdo ahora de tu cara y suena a Shubert. Pero no era eso lo que tocaba tu madre al piano cuando hemos entrado a dejar a Yoyo.

Cruzo una calle, tras otra calle, tras otra calle y repaso las cartas de amor que quiero escribirle a las personas a las que quiero esta noche: a Carmen, a Tony, a mi padre.

Esta es la tuya. Es la única que he escrito, en realidad.

domingo, 17 de abril de 2011

El sábado pasado por la tarde


Ayer mi abuela me acompañó hasta la pasarela que cruza la carretera de Colmenar, para que no me perdiera. Mi abuelo, que insistía en que iba a atravesar las vías del tren, unas que existen sólo en su fantasía de un mundo mejor que está a punto de acabar, tuvo que sentarse en un banco a mitad de camino. Ahí fue cuando mi abuela y yo recuperamos el paso.

Anduvimos por un sendero de tierra muy estrecho, pegado a las pistas de tenis y a la piscina todavía cerrada, con el sol cayendo sobre el horizonte en una vertical perfecta que ablandaba nuestros ojos. Cuando llegamos al final del camino y tuve que seguir sola, mi abuela me abrazó muy fuerte, como si me fuera a la guerra, y agitó la mano hasta que se le cansó el brazo y decidió darse la vuelta para volver a casa, tan repentinamente, que me pareció que de cuajo, a mi abuela se le había olvidado que era abuela, y a su mano agitada que poseía un brazo.

Atravesé el puente y seguí buscándola con la vista. Conseguí encontrar un pegote del color de su chaqueta que se fundía despacio con el calor de la tarde y empecé a escuchar en el aire su nombre, el mismo que empieza a lucir mi recién nacida hermana.

martes, 30 de noviembre de 2010

París-Madrid 29/11/2010


Volver de un viaje, acostarse en la cama de uno, cerrar los ojos para despertarse, mañana, en el hogar. Algunos viajes nos mueven las cosas de sitio, convierten las avenidas de nuestra ciudad en calles más estrechas y nuestras cocinas en estancias más grandes. Algunos viajes te ayudan, por ejemplo, a comprender mejor a tu madre.

Mi abuelo nunca ha viajado en avión y dice que nunca lo hará. Pero sospecho, al mirar ahora por la ventilla, notar el movimiento gentil del avión a través del aire y otear todas las luces, sin excepción, que alumbran las afueras de esta ciudad, que si mi abuelo se encontrara en esta situación, lloraría de misterio. Mi abuelo hizo la mili, suele hablar con voz fuerte, planta el puño en la mesa, manda y ordena todo lo que hay que hacer: pero absolutamente nada de esto le ha hecho del todo valiente.

El señor que tengo sentado a mi lado nunca ha conocido a mi abuelo, aunque puede que se cruzara con él, a los catorce años de edad, en algún punto de la Gran Vía, estando mi abuelo en la flor de su juventud. Pero tiendo a pensar que nunca se han visto y que éste, el de aquí al lado, el que observa a las azafatas sumido en la más grave de las confusiones, el que ha regalado todo tipo de consejos sobre el uso del aire acondicionado y la mesilla plegable de cada asiento, el mismo que se frota la cara con las manos y luego se huele la punta de los dedos, es algo así como un profesor que ha viajado solo a París por el mismo motivo que mi padre, en su día, viajó solo a Lanzarote.
Porque ha querido convertirse en amigo de si mismo.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Atocha-Callao-Atocha


Hoy he ido a la peluquería y como ya me ha crecido el flequillo, me he peinado como cuando era pequeña: con la melena lisa, extendida a cada lado de la raya en medio. Cuando he salido, me he cruzado con un chico de unos 14 años que volvía a comer a casa después del colegio, iba con su madre. El niño me ha mirado como si yo fuera a su clase, y yo le he devuelto la mirada como si supiera perfectamente quién era y como queriendo decir que no pensaba hacerle los ejercicios de matemáticas esta vez.
Todo esto tenía lugar en mi mente mientras pasaba por debajo de un árbol con las ramas muy caídas e intentaba alargar cuello y espalda para ver si conseguía rozar con mi cabeza alguna de esas hojas.
Más tarde, un perro negro, totalmente negro, con los ojos color miel, estaba vestido de Rey Mago en una de las esquinas de la Plaza de Callao. También me ha mirado, con un gesto tremendamente profundo. Yo he entornado los ojos como queriendo comprender, y el animal me ha sostenido la mirada como si no pudiera rechazar la más mínima oportunidad capaz de salvarle de su disfraz.
He confirmado con el perro negro, totalmente negro, de los ojos color miel, mi teoría sobre las almas blancas, que dejaré para más tarde, y me he dicho, y sé que me ha escuchado:

Querido perro, algún día serás libre en lo alto de los Cielos.