Cuando mi abuela venía a darnos las buenas noches al cuarto y nos tapaba con la sábana hasta arriba, mi hermana siempre le decía que no hacía falta, que era verano, que íbamos a morirnos de calor. Utilizaba además la palabra "morirnos" y a mi abuela se le cambiaba el gesto, le costaba volver a sonreír, nos besaba en la frente con una especie de mueca en la cara.
A veces se quedaba un buen rato antes de apagar la luz y nos hacía preguntas: que si nos había gustado la cena, que dónde habíamos estado por la tarde, qué tan guapa era la hija de Pepa y Vicente, los de la casa a la entrada de la playa. En una ocasión mi abuela nos había contado la historia de cómo conoció a una hermanastra suya cuando tenía 37 años y nuestra madre sólo era una mocosa.
Nos habíamos quedado dormidas.
Cuando llegó hasta la puerta para irse a dormir, antes de que la cerrara me desperté y vi desde mi sitio cómo ella, contemplaba tumbados nuestros cuerpos menudos y tibios en el silencio que dejaba la brisa al entrar por la ventana mal cerrada.
Se acarició los labios y dijo
Quién inventaría la cama, ¿verdad?
A veces se quedaba un buen rato antes de apagar la luz y nos hacía preguntas: que si nos había gustado la cena, que dónde habíamos estado por la tarde, qué tan guapa era la hija de Pepa y Vicente, los de la casa a la entrada de la playa. En una ocasión mi abuela nos había contado la historia de cómo conoció a una hermanastra suya cuando tenía 37 años y nuestra madre sólo era una mocosa.
Nos habíamos quedado dormidas.
Cuando llegó hasta la puerta para irse a dormir, antes de que la cerrara me desperté y vi desde mi sitio cómo ella, contemplaba tumbados nuestros cuerpos menudos y tibios en el silencio que dejaba la brisa al entrar por la ventana mal cerrada.
Se acarició los labios y dijo
Quién inventaría la cama, ¿verdad?
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