viernes, 25 de diciembre de 2009

Cama turca



Cuando mi abuela era joven se parecía mucho a la mujer de la foto.
Mi abuela no fue ni bailarina ni actriz.
Le gustaba mucho cantar, eso si. Pero se pasó la vida entre fogones y agujas.
Qué poco tiempo le ha dado. A veces cuenta historias y luego yo me invento la mitad.



En diciembre de 1935 jugaba en el salón de su casa con cualquier cosa.
El salón era, en verdad, la casa. Una estancia oscura con una gran mesa de madera, las sillas, un sofá de tres plazas, una cama turca cubierta por una tela gruesa y una enorme cómoda en la esquina. Ahí guardaban la ropa.
Nada más entrar al piso se veía todo.
Ese invierno mi abuela jugaba al ratón y al gato con un ovillo de lana y hoy recordaba sobre todo el olor de aquellos días. Un poco de vino que se había derramado sobre el lomo del perro daba un aroma a todo lo viejo.
En una de esas el ovillo se coló por debajo de la cama. En verdad, dejó de ser ovillo y se convirtió en un largo hilo de colores que condujo las manecitas de mi abuela hasta un montón de juguetes que nunca antes había visto.

El suelo estaba bastante frío.

Y la inocencia, era como suave.

A veces se acuerda de ella.

1 comentario:

  1. Preciosa tu manera de contar este descubrimiento con el que todos hemos chocado quizás siendo aún demasiado pequeños. Tienes un blog con entradas muy sutiles. Enhorabuena. Un abrazo.

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