lunes, 16 de agosto de 2010

Mi falda


Despertamos con toda la ropa arrugada y tan fría que se diría, había pasado la vida en un río. El cuello del chico permanecía caliente pero sus pies desnudos, estaban helados de toda la noche. El tren hacía la primera parada de la mañana, aquel chillido de frenos no le molestaba. Me acerqué a la ventana, recompuse como pude mi peinado: el chico seguía tendido sobre su espalda con los ojos entreabiertos. Cogí sus pies amoratados y los coloqué bajo mi abrigo. Allí fuera, el bosque no era diferente al que se había quedado atrás, cuando había atardecido. Era el mismo bosque lleno de barro, de árboles inmensos que aún bajo la hostilidad del cielo férreo, conservaban sus hojas, su sombra y su brío.
Se colaba por el hueco del cristal el olor de la tierra del olvido. En aquel país lejano, donde uno era tan mudo como idiota, el pan sabía a mañana y la luz, me delataba el aire virginal como en cada misa de domingo.


2 comentarios:

  1. Casi siempre los mejores viajes son los menos programados. Igual que pasa con las juergas nocturnas...

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  2. ...Los cielos férreos suelen ser protectores, como las cunetas, siempre bendecidas por las mismas vírgenes que protegen a los ladrones, a los viajeros y a los cómicos...
    ...Me quito el sombrero por la foto de la carretera...
    ...kisses...

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